La primera vez que me ofrecieron dar clases, sinceramente creí que era una locura. Soy tímida, tengo pánico escénico y, por aquel entonces, creía que no era capaz (ni de eso, ni de muchas otras cosas). Me paré frente a un aula (en el curso de Wedding Planner) hace más de cuatro años con muchas dudas, muchos nervios y mucha ansiedad. Mi objetivo siempre fue que aprendieran, que aprendieran de mi experiencia más que nada y que terminaran un curso de sólo cuatro meses sintiéndose capaces de organizar hasta la más enorme y extravagante de las bodas de forma profesional. Y sumé al programa del curso, no sólo lo que concierne a los eventos sino mucho más: psicología, marketing, diseño...
Puedo decir que, con el correr de los años y de los cursos, cumplí mis objetivos y me enamoré de este oficio de enseñar. Y hasta fui sumando: el último año lectivo di clases de: organización de bodas, ambientación de eventos, organización de eventos corporativos y profesionales, RRPP y ceremonial y protocolo a diferentes grupos.
Ahora que estoy a punto de cruzar el charco... sólo me restan por dar los cursos de verano: organización de bodas y ambientación de eventos.
Sé que es algo que voy a extrañar. Es que hay algo tan maravilloso en el hecho de enseñar, la interacción con los alumnos, ese ida y vuelta de información y vida que va y viene todo el tiempo. La posibilidad de ver cómo llegan (con qué ideas y conocimientos) el primer día de clases y cuán distintos, el día que se van. Esa extraordinaria sensación de realmente haber aportado tu granito de arena, de haberle obsequiado un pedacito de tu mundo a alguien. Sí, definitivamente, me apasiona dar clases.
No sé cómo me voy a sentir el día que termine los cursos que hoy empiezo. Supongo que nostálgica y emotiva. Es que éste, es el único trabajo en mi vida al que, realmente, le puse toda mi alma y, en algún punto, es como si una porcioncita de mi alma se quedará ahí en el medio del aula casi sin ganas de irse conmigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario